Pedro Sánchez y su síndrome de Diógenes


Como siempre, la culpa no será del Gobierno sino del PP y de la extrema derecha por atreverse a hacer preguntas incómodas al Gobierno.

Síndrome de Diógenes es aquella patología que acumula infinidad de porquería a su alrededor, exactamente igual que el presidente, Pedro Sánchez.

Por Jesús Salamanca Alonso / Hace algún tiempo escribí sobre los tres síndromes que atenazan al presidente Sánchez: el síndrome de Estocolmo, el de Medea y el de Diógenes. Pero de todos ellos es este último el que más me preocupa porque ya no tengo dudas. Recuerden que el síndrome de Diógenes “es un trastorno del comportamiento que se caracteriza por el total abandono personal y social, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación junto a él de grandes cantidades de basura y desperdicios…”.

Ese trastorno de comportamiento abarca cuatro facetas  que mantienen prisionero al presidente. La primera, y más importante, es la que se refiere al trastorno de comportamiento que le ha llevado a la mentira permanente y a la paranoia más vulgar; él todo lo hace bien y la culpa es de los demás. Todo un  embustero visceral disparando al aire a ver si alcanza a alguien. No piensen que hemos olvidado la urna de Ferraz con la que no pudo culminar su treta: se coge antes al ladrón que al cojo. Y como siempre hay algún listo no tardará en aparecer el que moje su pan en la salsa. Por eso decía Manuel Fraga Iribarne que “Jesucristo tendría buenos medios de información y, sin embargo, le salió un Judas”.

La segunda faceta del trastorno es la que se refiere al abandono social y personal. Bien es verdad que en lo personal ha sido un aprovechado de la mentira, pero en lo social es donde ese abandono es clamoroso: ahí tienen el estado de las residencias de mayores  tras declararse el Gobierno como único responsable desde el 19 de marzo. Tuvieron que comprobar Sánchez e Iglesias  la ineficacia, ineptitud e incompetencia de su Gobierno para autorizar a las comunidades autónomas a buscar material sanitario en el infernal mercado exterior. Ahí se demostró que estaban más descentrados que un pulpo en la lápida de un cementerio. Ese mismo abandono social se dejó ver en la huida del primer acto a los fallecidos por la covid-19; como el gamberro que es y el gaznápiro que demuestra,  le organizaron una “orgía” en Portugal para evitar a Felipe VI; no ha olvidado que en el último homenaje a las fuerzas armadas fue el destinatario de todos los silbidos e insultos de la ciudadanía. Y eso no lo puede soportar su deteriorado “ego”. Tan solo faltó el presidente al homenaje a los fallecidos. Ya decía Quevedo que nadie ofrece tanto como el que no piensa cumplir. El segundo homenaje ya fue un clamor popular y no pudo inventarse ninguna treta pueril.

Respecto al aislamiento voluntario — que sería esa  tercera faceta del síndrome de Diógenes—  no hay más que echar mano de la eliminación de la página de transparencia, de las nulas explicaciones tras el Consejo de Ministros y el temor a ser preguntado por el informe que acababa de terminar la Fiscalía de Estados Unidos con el apoyo de la DEA estadounidense. En aquellos días estaba preparando dos órdenes de búsqueda y captura internacional contra dos presuntos delincuentes nacionales, uno es José Luis Rodríguez Zapatero, alias “ZParo”, y el otro es el “marqués” de Galapagar: un tal Iglesias Turrión, cada vez más cercado por la legislación internacional y por el informe de William Barr.  El presidente y muchos miembros de su Gobierno se han pasado por el arco del triunfo la luz y hasta a los taquígrafos: es lo que se llama “la mochila del impresentable” o el “equipaje de prisión”.

Y vamos con la cuarta y última faceta del síndrome que nos ocupa. Me refiero a la acumulación  de grandes cantidades de basura y desperdicios. Viendo cómo han actuado los diferentes ministros durante la covid-19, y cómo actúan, no le va a ser fácil al presidente librarse del síndrome porque está rodeado de grandes desperdicios, negados especialistas, contradictorios ministros, mentirosos papanatas e irrespetuosos personajes. Son tan torpes que nada solucionan y utilizan la estupidez como arma; el acuerdo con Bildu en Navarra; los encapuchados de Bolivia; las mentiras de Sánchez a diario; el plagio de la tesis; la inutilidad para aclarar el caso de las niñas violadas en Baleares; el ocultamiento de la sentencia de los ERE;  las compras fraudulentas de mascarillas con facturas infladas; la nula protección de los trabajadores del sector sanitario; la desprotección y órdenes atentatorias contra los mayores en residencias; el caos de los ERTE; la insuficiencia del IMV…. Y así escándalo tras escándalo sin aclarar mientras se destroza el escudo social.

Toda esa porquería que ha atesorado Sánchez y de la que está haciendo acopio Iglesias, hace que veamos a ambos como acumuladores de porquería, con claro síndrome de Diógenes. Se han acostumbrado a hacer apostolado del engaño y van a tener a la calle enfrente: ¡A la calle no hay quien la calle! Las golferías y la porquería atesorada hace ya insoportable el hedor y de éste se ha hecho eco el fiscal general, William Barr, quien intenta sanear la fuerte infección extendida en Moncloa. Recientemente la prensa holandesa hablaba de “Gobierno español de fracasados, con imborrable tinte de acomplejados”.

En fin, como siempre, dirán que la culpa no es del Gobierno. De momento lo será del PP y de la extrema derecha por atreverse a hacer preguntas incómodas al Gobierno, incluso por votar en Bruselas a favor de la transparencia.  Y, por supuesto, también lo será de Francisco Franco porque para eso, año tras año, cobran la paga extra del 18 de julio.

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