
Imagen de la cruz del pelícano, junto a la alfarería de La Macetera, a la entrada de Arrabal. Perspectiva desde la carretera de Segovia.
Antonio de Nicolás, en su libro «Portillo: recuerdos de una villa castellana», nos narra muchas cuestiones muy curiosas. En este punto nos vamos a centrar en la fuente del convento de los agustinos recoletos (ya hemos hablado de él en otro apartado) y en la cruz del «pelícano»:
El Convento agustino de la Fuente Santa (así aparece en el libro de Nicolás) estaba situado a un kilómtero del Arrabal,… Por esta época destacaba un edificio cercado de piedra, al que daba acceso una puerta de dos hojas. Poseía un bien cultivado huerto, junto a una gigantesca olma de más de seis metros de cincunferencia. Las portillanas acudían a su fuente, en otro tiempo milagrera, a llenar sus cántaros, hasta que la villa se alimentó del manantial del arroyo Viñuelas.
Al marcharnos del Arrabal con dirección a la capital y junto a la falda de una suave y desnuda loma, encontramos la cruz del «pelícano«, con tres escalones y cruz con la imagen de la Virgen y el Niño en bajo relieve, y en el reverso a Jesús crucificado. Un pelícano, según la tradición, coronó la cruz, dando nombre al monumento. Cosa difícil de creer, apunta Antonio de Nicolás en su libro «Portillo, recuerdos de una villa castellana». Semejante a ésta hay otra en un camino que va al citado «Convento de la Fuente Santa» (sic) y otra en el pueblo de Megeces.
La cruz del «pelícano» está situada en la entrada de Arrabal de Portillo, viniendo por la carretera de Segovia desde Valladolid. No hemos encontrado pruebas documentales para dar más explicaciones sobre ella, pero es evidente que data del siglo XV o de principios del siglo XVI, de estilo gótico. Una posibilidad es que esta tipología de cruces responda a una conocida tradición de nuestros antepasados: se solían colocar a la entrada de los pueblos, pero no es suficiente esta explicación; de ahí que don Antonio de Nicolás se haga tantas preguntas en su libro y solo encuentre respuesta para una de ellas.
Su estructura está formada por:
- Un basamento con tres escalones, de forma primero cuadrada y después octogonal.
- Un fuste monolítico terminado en un capitel con molduras, que muestra cuatro cabezas de querubines.
- Una cruz, que presenta al Este en bajo relieve a la Virgen y al Niño y en el lado opuesto en alto relieve a Jesús Crucificado.
Según los portillanos, el pelícano coronaba y dio apellido al monumento, pero nada queda visible de ello. Incluso, no falta quien afirma que la figura del pelícano sirvió de blanco y diana para las pedradas de los pastores ociosos, así como también para divertimento de los niños traviesos del lugar.
Leyendo el libro de don Antonio de Nicolas –publicado en 1907 y posteriormente reeditado en edición facsimil por la Diputación de Valladolid en 1983– éste se hace numerosas preguntas sobre cuándo se contruyó, el motivo de la construcción, la denominación de la misma,… e incluso si representa algún voto solemne, alguna tragedia o desgracia allí acaecida o si es alguna obra más dentro de la devoción de los pueblos.
El pelícano (Ver ALETEIA) es un ave simbólica dentro del cristianismo. La leyenda cuenta de él que alimenta a sus retoños con su sangre y su carne, así que no hacía falta mucho para que se convirtiera en la imagen metafórica por excelencia de Cristo y de la Eucaristía, cosa que explica su presencia en un gran número de representaciones y de adornos litúrgicos. La historia bíblica del pelícano empieza con los Salmos y, más concretamente, con el Salmo 102 que, aunque en la actualidad menciona a la lechuza del desierto, antiguamente identificaba, por una traducción errónea del hebreo, al pájaro con un pelícano.

Esta comparación también está presente en algunos himnos tradicionales como el ‘Adoro te Devote’, el cual dice en una de sus estrofas Pie pellicane, Iesu Domine, Me immundum munda tuo sanguine (Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre).
la auténtica y hermosa fama del pelícano nació de una leyenda introducida en el Physiologus, el primero de los bestiarios cristianos. Esta fuente cuenta, en efecto, que los polluelos de pelícano que reclamaban con demasiada violencia la comida a sus padres recibían la muerte con un brusco picotazo.
Tres días después, llenos de remordimientos, los padres indignos se desgarraban el pecho para regar con su sangre los pequeños cuerpos inertes y, así, devolverlos a la vida… Se dice que este símbolo tendría su origen en una práctica constatada realmente por la cual el inmenso buche del pájaro sirve como el mismo lugar donde se regurgita el alimento para las crías.
San Agustín veía en este ave, que alimenta a sus crías desde su propio buche, una imagen propicia para la comparación y la metáfora. A imagen del pelícano que devuelve la vida a sus pequeños con su propia sangre, Cristo entrega su vida y su sangre por la humanidad. Este paralelismo explica la rica iconografía consagrada a este pájaro, que se desarrollará en bestiarios, maderas talladas, esculturas… El pelícano se convierte así en un símbolo eucarístico y decora numerosos tabernáculos y otros aderezos litúrgicos.
En la modernidad se ha olvidado, en cierto modo, el significado y el lugar que corresponde a este poderoso animal tan presente en el bestiario bíblico, pero no ha sido así en todo momento. El pelícano ha sido ampliamente celebrado, desde la Edad Media, por escritores, poetas y artistas de cada época que alabaron su imagen. También podemos traer a la memoria el bello himno ‘Adoro te devote’, que fue compuesto por santo Tomás de Aquino para el Oficio del Santo Sacramento:
Señor Jesús, bondadoso Pelícano,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
En la actualidad, en ciertos lugares de culto, es fácil observar al pelícano y su nidada bajo la cruz, sobre todo en las obras de arte de la Edad Media. Dante le llegó a reservar algunos versos en El Paraíso de La divina comedia, cuando evoca a san Juan: “Ese es aquél que descansó sobre el pecho de nuestro Pelícano; es el que fue elegido desde la cruz para el gran cargo”.
En «Portillo: recuerdos de una villa castellana», al autor no le sorprendería si un monumento así se encontrara en Galicia, por muchos motivos y por la habilidad de los canteros; de hecho existen muchas cruceros en esa comunidad autónoma. Sea como fuere, el caso es que no es la única cruz existente en Portillo: como ya quedó reflejado más arriba, existe otra muy próxima al camino que va desde la fortaleza al convento de la Fuensanta (hoy, esta última cruz mencionada está en el corral de un agricultor de Arrabal de Portillo).
La situación de ambas cruces, situadas en los límites de lo que hoy es Arrabal, hace pensar que ambas «anunciaban el último al viajero», como afirma don Juan Agapito y Revilla, tras consultar a dos artistas «muy conocedores de portillanas antiguallas». Posiblemente fueron erigidas por la comunidad agustina o algún devoto de ésta. Puede ser que anunciaran la bifurcación de caminos o la proximidad de alguna ermita, convento o morada religiosa. Lo cierto es que nadie explica que se la llame por ese apellido, sin pensar que el pelícano pudiera coronarla.
Después de analizar y reflexionar sobre la cruz de referencia, don Antonio de Nicolás solo da respuesta a la primera de las preguntas que se hace.
Debe estar conectado para enviar un comentario.