Hoy voy a contarte una historia poco conocida en nuestro pueblo, pero que se enmarca dentro de las costumbres y tradiciones de Portillo. Me refiero a los dulzaineros y tamborileros de nuestro terruño. Te contaré algunas cosas, que no conoces por tu corta edad, sobre el señor Hilario.
Durante muchos años amenizó la tradicional procesión que se celebra en Portillo el día 8 de septiembre en honor de Santa María La Mayor, patrona de Villa y Tierra. Como podrás comprobar no me referiré a este siglo sino al anterior, allá por sus primeros treinta o cuarenta años
Seguramente te gustarían también otras historias, como las que hablan del castillo de nuestro pueblo, de los encierros por el campo, del arte que guardan las iglesias de Santa María La Mayor o de San Juan Evangelista, del milagro de las ranas que rodearon las sagradas formas junto a la desaparecida ermita del Corpus Christi, del fuego que pudo arrasar el pueblo y que se recoge en la ‘milagrería’ referida al humilladero del Santo Cristo o, simplemente, de la historia y de los dichos de la Cruz de los Pelícanos o del desaparecido convento de la Fuensanta, que estaba junto a la carretera de Segovia y del que se dijo que guardaba secretos inconfesables de pasadizos con el castillo y de frailes hacendosos.
De todas esas cuestiones te hablaré otro día y, si lo deseas, de la construcción del castillo, de sus leyendas e historias; incluso te puedo hablar del condestable, don Álvaro de Luna, del rey Juan II o de la reina que dedicó una vacada a la virgen de Portillo si su hijo se salvaba tras un accidente que sufrió. ¿Sabes una cosa? Algunos han querido ver en esa dedicatoria el origen de los encierros de Portillo, cuya antigüedad “se pierde en la noche de los tiempos”, que es como los historiadores aluden a momentos casi inmemoriales.
Portillo, sus gentes, sus leyendas y sus tradiciones dan para muchas sesiones y cuentos. Pero también para historias serias como las de la revolución de las comunidades de 1521, donde las tropas residentes Portillo se impusieron a los rebeldes de las aldeas cercanas o la prisión de Estado del citado don Álvaro de Luna.
Ahora que te veo con esa mirada risueña y dispuesta a escuchar, voy a hablarte del señor Hilario, el dulzainero que te mencioné al comienzo de nuestro encuentro:
Cuando muchas de las tradiciones propias de nuestra tierra parecían perdidas, no han faltado personas que apostaron por rescatar el folclore popular y las tradiciones. Una de esas es la tan arraigada tradición en Castilla que recuerda los hechos, músicas y tradiciones de los dulzaineros y tamborileros. Pues mira, mi niña, en Portillo también hubo varios dulzaineros con sus correspondientes acompañantes que tocaban la caja y que ponían los pelos como ‘escarpias’ a quienes escuchaban sus redobles, toques de jotas y pasacalles.
La procesión del 8 de septiembre era el momento idóneo para alegrar el recorrido con los sones de la dulzaina y los redobles de la caja. Si a eso añadimos las jotas que se bailaban delante de la imagen sagrada de Santa María La Mayor y los gritos con ‘vivas’ al Niño, pues ya te puedes imaginar el comienzo de la fiesta y la ilusión de los lugareños.
Portillo tiene muchas notas brillantes en su historia, por sus hechos, sus gentes y sus costumbres. Precisamente entre esas costumbres estaba la de amenizar las procesiones con dulzaina y tamboril. Claro que tú, dada tu corta edad, seguro que recuerdas mejor al grupo de jóvenes del pueblo que amenizan tan agradablemente muchos actos y que responden al nombre de “Suspiros del Masegar”. ¿A que sí conoces a alguno de sus componentes? Algún día te contaré qué es eso del “Masegar”, al que algunas personas aluden como “Mansegar” y cuyo nombre real es “Mesegar”.
Mucha gente del pueblo no sabe de la existencia del señor Hilario, salvo que hayan escuchado hablar de él a sus mayores. Piensa que nació a finales del siglo XIX (allá por 1883) y falleció el 17 de noviembre de 1943. El señor Hilario era de carácter afable y cordial, destacando por su potente pulmón, o “fuerte pecho” para hacer sonar el instrumento, como se decía entre los dulzaineros.
Se desplazaba a los pueblos donde era contratado. Lo hacía a lomos de un caballo blanco, transporte muy habitual en aquellos tiempos. Localidades donde acudió con sus mágicas notas fueron: Valdestillas, Montemayor de Pililla, Mojados, La Parrilla, Tudela de Duero y muchos otros de los alrededores de Portillo. En su pueblo amenizó otras procesiones y actos, además de la procesión a la que antes me he referido.
Cuando acudía a pueblo forastero solía hospedarse en alguna casa particular, propiedad de alguno de los cofrades que le contrataban. Siempre le movió la afición y no la necesidad, pues compaginaba la música con su trabajo de vendedor ambulante de pescado. Yo no llegué a conocerle en persona, pero los entendidos me contaron que sus actuaciones siempre fueron muy bien acogidas por estos pueblos.
La mayor parte de sus intervenciones fueron en procesiones, bailes populares y encuentros juveniles. Me contaron quienes le conocieron que siempre destacó por la forma como tocaba las “dianas y pasacalles”, aunque su punto fuerte eran las jotas. Otro tipo de melodías que tocaba eran las entradillas y pasodobles.
En las procesiones tecleaba en su dulzaina las notas precisas para los ajustados pasos de los danzantes. Su dulzaina tenía una peculiaridad, ya que no era como la gran mayoría. Fue hecha exclusivamente para él. Pero no me mires así, pequeña curiosa. Te voy a contar un secreto: la dulzaina del señor Hilario se accionaba al revés de como se suele hacer normalmente. Me contaron en una ocasión que dicho instrumento tenía las llaves al revés porque era zurdo. La hicieron en Carbonero El Mayor, provincia de Segovia, especialmente para él.
Una de las ventajas que tenía el señor Hilario era que contaba con tres ‘cajas’; quiero decir con tres tamborileros: Francisco y Manuel, sus hermanos, y Julio, su hijo. Al principio se turnaban los tres con él, pero tan pronto como su hijo supo combinar los acertados “golpes de caja”, únicamente le acompañaba él. Eran tiempos difíciles y había que mirar por la economía familiar.
Casi estoy terminando, mi querida nieta. Mi narración no sería completa si no te contara que, por la misma época que tocaba el señor Hilario, también lo hacían otros como: “El tío puja”, de La Pedraja de Portillo; Antonio “Mamarro”, de Arrabal de Portillo, “Los Pichilines” de Peñafiel; “Los Encinas”, de Valladolid. Tanto Hilario como “Los Pichilines”, de Peñafiel, eran de lo más selecto con la dulzaina entre sus manos.
No hace muchos años, acompañando a la procesión de Santa María la Mayor de Portillo, escuché por casualidad cómo dos ancianos comentaban que, según habían escuchado a sus mayores, “los sones del señor Hilario ponían los pelos como escarpias…”.
No quiero que te duermas, mi pequeña. Casi he terminado. Quiero que sepas que en Portillo viven muchos de sus descendientes en segunda y tercera generación, pero nadie se ha dedicado a cultivar la afición por la dulzaina. Tan solo uno de sus descendientes directos (hijo) aprendió a tocar la caja de redoble o tamboril. Aprendió de oído y lo hacía con plena soltura y perfección. En alguna ocasión, como si los recuerdos le envalentonaran y pretendiera rememorar su pasado, se le vio haciendo algún ‘pinito’ entre amigos; es más, alguno de sus sobrinos cuentan que, estando en su taller de alfarería, hacía algún redoble espontáneo, de donde se deduce que lo bien aprendido es difícil de olvidar.
¡Qué batallas cuenta mi abuelo!, estará diciendo mi único auditorio. Pero ésta es solo una de las muchas cosas que te puedo contar sobre nuestro pueblo. Hay muchas historias interesantes como la del Padre “Rataplán” que fue quien, en una visita al pueblo, revolucionó en el buen sentido a la juventud de finales de los años sesenta y en conmemoración de aquel acontecimiento se puso la cruz en lo que hoy es el mirador del “Pico Calvario”. Fueron unas jornadas divertidísimas donde participaron los niños de las escuelas y los jóvenes de ambos distritos. Creo recordar que, por aquel entonces, no existía aún el Instituto Laboral de Portillo; se me olvidaba, tú lo conoces como IES Pío del Río Hortega, pero antes tuvo otros nombres.
¡Qué te voy a decir del insigne, don Pío del Río Hortega! Es el santo y seña de Portillo. Como famoso e inteligente histólogo llevan su nombre una calle, un hospital en la capital y los dos centros educativos públicos de la localidad. Está enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres de Valladolid.
Otro día seguimos, mi pequeña y casi dormida nieta. Te prometo que empezaré contándote la tradición de los Quintos del siglo pasado. Y te explicaré por qué al más pequeño de cada quinta le llamaban “el de los huevos”.
Duerme pequeña, duerme ya. Dulces sueños.
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