Por Jesús Salamanca Alonso / Tal vez lo mejor de la entrevista en el programa de la mañana fue comprobar que, mientras la entrevistadora daba tumbos, como si no hubiera preparado la entrevista, Monasterio desmontaba una y otra vez el burdo activismo de López, ante el reiterado intento de la entrevistadora de hacer una entrevista ofensiva, cargada de ‘material‘ sectario y políticamente incendiario. Un interrogatorio impresentable en el que no dudó en preguntar si «VOX quiere que se vea como enemigos a niños», haciendo mención al cartel repartido en el metro madrileño que recuerda el coste de mantenimiento mensual de cada MENA. Ahí demostró la “exmujer del tiempo” toda su carga de mala fe, falta de profesionalidad, provocación, incitación al odio y nula investigación para preparar la entrevista: debería comprobar qué es lo que dice al respecto el ínclito juez de menores, Emilio Calatayud.
He llegado a la conclusión de que la entrevistadora buscaba protagonismo inmediato. No podía ser menos que otra activista de la SER que, unos días antes, durante el debate en el que Iglesias salió con el rabo entre las piernas, rogaba al exvallecano y podemita que se quedara en plató «para contestar a la ultraderecha». Tan sólo falto a la activista, Barceló, también con recorrido en la «trinchera independentista y golpista», ponerse de rodillas, pedir perdón por las verdades que Monasterio había cantado a Pablo Iglesias y ponerse mirando a Cuenca o seguir haciendo pucheritos, como hizo. ¡A qué nivel de degradación y degeneración hemos llegado! Estoy convencido de que López buscaba un punto de confrontación con Monasterio, pero acabó contra las tablas porque el figurado ‘morlaco’ era mucho morlaco. Tal vez, Mónica López quiso remedar a Óscar Wilde: «Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen».
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