Catalanes, ¡Franco ha muerto!


Franco creció al albor de una minoría violenta, y de una mayoría silenciosa.

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Por Xavier Carrió / Cuando un pueblo tarda más de 40 años en olvidar a un muerto es que, seguramente, eran felices. Sí, además, necesitan ese tiempo para atreverse a matarlo, cuando en vida simplemente callaban, es una enfermedad. Para entrar con agumentos, debemos decirlo con todas las palabras: en la Cataluña de mediados del siglo pasado había muchos franquistas. Por mucho que TV3 y los medios de propaganda afines lleven esos mismos años vomitando justo lo contrario.
La supuesta historia de Cataluña en el franquismo recuerda, en cierta medida, el mito de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Como escribía hace poco el historiador y profesor de la Universidad de Oxford Robert Gildea, «ni tan masiva, ni tan francesa”. Aquí, en Cataluña, sin temor a equivocarnos, ni hubo tanta oposición, ni mucho menos fue catalanista. Sólo hay que recordar el tan cacareado acto de Jordi Pujol en el Liceo, organizado desde su casa, mientras vivía una vida acomodada. Perdón, una vida de rico con el dinero amasado por su familia en pleno franquismo.

Ahora tal es el remordimiento de algunos –o de sus herederos– que, tras dejar morir al último dictador de Europa en la cama, necesitan enfrentarse a sus propias vergüenzas
¿Cuántos niños catalanes iban al Colegio Alemán en Barcelona y vestían uniforme de las juventudes hitlerianas en plena postguerra? Una imagen antitética de los auténticos luchadores. Como aquellos resistentes en Francia, en muchos casos españoles huidos de la guerra, escondidos, con frío y hambre, entre la maleza de las montañas. ¿Cuándo emitirá TV3 un reportaje sobre esos catalanes cómodos? Esos catalanes cuyo único fin era vivir bien sin importarles que mandaraFranco, Paco o Rita.
Ahora tal es el remordimiento de algunos –o de sus herederos– que, tras dejar morir al último dictador de Europa en la cama, necesitan enfrentarse a sus propias vergüenzas. ¿Cómo? Simplemente rompiendo una miserable estatua, ininteligible en su colocación, solitaria y desprotegida en una plaza de Barcelona. ¿Dónde estaban esos catalanes, y sus padres, mientras Franco gobernaba? Pues seguramente haciendo una vida normal. Tan normal para ellos como recibir al dictador en multitudes cuando venía en su coche a la capital catalana escoltado por tropa mora.
Y, señores, eso no es crítica, eso es simplemente historia. Y la historia de un territorio no se hace construyendo mitos, se hace mirando su pasado. El pasado de una gran parte –no olvidemos, muy importante– de Cataluña es franquista. Muchos de los oportunistas actuales son fieles herederos de Franco, tanto por cercanía como incluso por omisión. Porque en cada época de la vida uno debe manifestarse, debe vivir, debe sentir por sus ideas. En aquella, lo fácil, lo cómodo, era ser franquista. Tan fácil y tan cómodo como ahora es ser independentista. Comparación para muchos odiosa, pero seguramente cierta. Siéntense, piensen, y verán que las similitudes son mayores que las diferencias.
Franco creció al albor de una minoría violenta, y de una mayoría silenciosa. El independentismo sigue su mismo camino. La libertad, el derecho, las oportunidades quedan reducidas simplemente a los afectos al régimen. Antes unos, ahora… ahora en Cataluña tristemente muchos de los mismos. Cambian la chaqueta pero mantienen el ansia de sentir cerca el poder.
Antes, lo fácil, lo cómodo, era ser franquista. Tan fácil y tan cómodo como ahora es ser independentista.
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¿Cuántas famílias podían permitirse en época de Franco historias como las siguientes? ¿Cuántas habían crecido al albor del régimen en silencio complice? Los Pujol eran ricos con Franco. Los Rahola ya hacían sus fiestas sociales en Cadaqués con Franco. Junqueras estudiando en el Liceo Italiano. Ni siquiera los Puigdemont tenían una vida, digamos, austera. Nada nuevo en Cataluña. Sus herederos simplemente buscan un nuevo referente. Valientes para tirar huevos al pasado, pero cobardes de enfrentarse al independentismo actual. Los silencios del pasado acechan a los silencios actuales.
En Cataluña el lugar común siempre ha sido la comodidad y el servilismo. Pocos hablan, y la mayoría siguen sus indicaciones, su propaganda. Un día Cataluña fue franquista, otro día independentista, y mañana… vaya usted a saber qué será mañana Cataluña. Pero triste realidad cuando un territorio se mueve por la propaganda antes que por los sentimientos. Catalanes, ¡Franco ha muerto! Aunque, el hedor –llamado comodidad– que lo llevó al poder sigue corriendo en las venas de muchos catalanes.

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