«No es de recibo que pretendan planificar el futuro de las nuevas generaciones para su adoctrinamiento con tintes negros basados en el odio socialcomunista».

Isabel celaá, ministra de Educación y Formación Profesional del Gobierno Sánchez-Iglesias.
Por Jesús Salamanca Alonso / No puedo entender que, en una sociedad democrática y desarrollada como la nuestra, pretenda el Estado alcanzar el pleno control de la educación de nuestros hijos. No es de recibo que pretendan planificar el futuro de las nuevas generaciones para su adoctrinamiento con tintes negros basados en el odio socialcomunista.
Y, como no podía ser de otra forma, me viene a la mente la famosa gallina desplumada de Stalin: se hace daño al pueblo y a continuación se le contenta con un mendrugo de pan y se le vuelve a dar otro trozo de pan cuando ‘píe’ de nuevo, haciéndole saber que gracias al comunismo está vivo. Ese sistema totalitario, de odio creciente y puño amenazante, “te rompe las piernas, te regala unas muletas inservibles y luego te convence de que gracias a ellos caminas”. Tras eso llegaría su perpetuación en el poder y por ahí no va a pasar la sociedad española.
La “Ley Celaá” fomenta solo la enseñanza pública, limita las repeticiones en primaria y secundaria, rebaja y medio regala el bachillerato, intenta un engañoso reequilibrio de las competencias entre el Gobierno central y las comunidades y permite que el español o castellano deje de ser lengua vehicular.
Pero voy más allá: el texto de la ley es malo de solemnidad y se ha empeorado en el falso debate parlamentario porque se ha mercadeado con la educación; es decir, ha sido una toma y daca entre Gobierno y formaciones independentistas, nacionalistas, golpistas y otras minorías ‘ansiosas’ a las que siempre se acaba engañando.
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